Aliéntenme esta noche,

que el mar me pide que a él me arroje.

 
Diana Acosta Rippe

 

¿De qué materia está hecha la ausencia? ¿Lo que no se nombra? ¿Los huesos? ¿La tierra? ¿De qué materia el “instante desesperado que viaja de la luz al frío”? Como la actriz que despliega el cuerpo en las tablas, en este poemario —en este conjuro— la autora busca una verdad, una cifra, una casa en la niebla. La estatua de su olvido es una investigación largamente meditada sobre el amor y la muerte cuando se hacen indistinguibles, es una conversación con los propios muertos y es un canto sereno —por momentos profundamente desasosegado— contra el olvido. 

Empecé, no sin temblor, por esa carretera de La estatua de su olvido: “Es el espacio que se forma / entre las gotas de lluvia cuando caen”. Me fui descolgando, subrepticio, por sus líneas con esa lentitud de rumiante que reclamaba Nietzsche... Lectores, entrad a estas líneas, os deseo la misma suerte mía.

Cristóbal Peláez

 

Con el luto propio y el del palco, con el llamado del mar, una vez “negro”, otra vez “florecido de cádaveres”, este poemario donde la extinción nos rodea invita a escuchar las campanas que no dejan de repiquetear cuando cerramos el libro, al fin y al cabo “son auténticas voceras de la muerte”.

Jerónimo Pizarro

La estatua de su olvido - Diana Acosta Rippe

$43.000
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Aliéntenme esta noche,

que el mar me pide que a él me arroje.

 
Diana Acosta Rippe

 

¿De qué materia está hecha la ausencia? ¿Lo que no se nombra? ¿Los huesos? ¿La tierra? ¿De qué materia el “instante desesperado que viaja de la luz al frío”? Como la actriz que despliega el cuerpo en las tablas, en este poemario —en este conjuro— la autora busca una verdad, una cifra, una casa en la niebla. La estatua de su olvido es una investigación largamente meditada sobre el amor y la muerte cuando se hacen indistinguibles, es una conversación con los propios muertos y es un canto sereno —por momentos profundamente desasosegado— contra el olvido. 

Empecé, no sin temblor, por esa carretera de La estatua de su olvido: “Es el espacio que se forma / entre las gotas de lluvia cuando caen”. Me fui descolgando, subrepticio, por sus líneas con esa lentitud de rumiante que reclamaba Nietzsche... Lectores, entrad a estas líneas, os deseo la misma suerte mía.

Cristóbal Peláez

 

Con el luto propio y el del palco, con el llamado del mar, una vez “negro”, otra vez “florecido de cádaveres”, este poemario donde la extinción nos rodea invita a escuchar las campanas que no dejan de repiquetear cuando cerramos el libro, al fin y al cabo “son auténticas voceras de la muerte”.

Jerónimo Pizarro