Hoy caen todas las horas de la tarde en esta ciudad infinita, y hoy el concreto, la farola, el bus y el cableado me aplastan la vejiga. Recuerdo la torre y el grito de contención. Con ese mismo rigor, aprieto y retengo una posible fuga urinaria. He estado practicando. Kegel me ha enseñado a contraer los músculos del piso pélvico. Kegel me prometió que mi actividad sexual podría resultar bastante más satisfactoria si introducía algún peso en la vagina y trataba de desafiar la gravedad. Llegué a invertir algunos ahorros en unas bolas chinas, rojas, brillantes. Solía comprar pan y tomarme el café con ellas. Kegel me afirmó que aunque tuviera doce hijos podría seguir estrangulando los genitales de cualquier hombre. Yo confié en él y hago diez repeticiones diarias. Contraer, relajar, contraer, relajar.

Cristina Juliana Abril

 

En Bogotá, la ciudad de las últimas cosas, la vida ocurre en la medida en que es narrada. Estos relatos, que son a la vez imagen detenida y en movimiento de unos años que todavía nos habitan, son fortuitamente bogotanos. Esta circunstancia los hermana, tanto como el tono variado y las aproximaciones diversas a los temas que perturban el alma —el amor, la locura, la muerte—. Podríamos encontrarnos a los personajes en cualquier esquina de la ciudad. A la muchacha que evoca el acto natural de mear, al viejo que escribe una carta a los amigos muertos porque percibe el vuelo de los pájaros, a los migrantes que nos cuentan sus tristezas, a los niños que celebran una gesta. También los ritos iniciáticos forman parte del poema urbano: el día en que un joven confronta la propia rebeldía, o la burocracia escupe un no a una muchacha, y el día en que una hija entierra al padre y abraza la desgracia. La precisión de los relatos, rasgo común en esta antología, parece decirnos que solo la palabra justa nos permite estar aquí en la tierra.

Andrea Rocha

 

Estar aquí en la tierra - Varios autores

$52.000
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Hoy caen todas las horas de la tarde en esta ciudad infinita, y hoy el concreto, la farola, el bus y el cableado me aplastan la vejiga. Recuerdo la torre y el grito de contención. Con ese mismo rigor, aprieto y retengo una posible fuga urinaria. He estado practicando. Kegel me ha enseñado a contraer los músculos del piso pélvico. Kegel me prometió que mi actividad sexual podría resultar bastante más satisfactoria si introducía algún peso en la vagina y trataba de desafiar la gravedad. Llegué a invertir algunos ahorros en unas bolas chinas, rojas, brillantes. Solía comprar pan y tomarme el café con ellas. Kegel me afirmó que aunque tuviera doce hijos podría seguir estrangulando los genitales de cualquier hombre. Yo confié en él y hago diez repeticiones diarias. Contraer, relajar, contraer, relajar.

Cristina Juliana Abril

 

En Bogotá, la ciudad de las últimas cosas, la vida ocurre en la medida en que es narrada. Estos relatos, que son a la vez imagen detenida y en movimiento de unos años que todavía nos habitan, son fortuitamente bogotanos. Esta circunstancia los hermana, tanto como el tono variado y las aproximaciones diversas a los temas que perturban el alma —el amor, la locura, la muerte—. Podríamos encontrarnos a los personajes en cualquier esquina de la ciudad. A la muchacha que evoca el acto natural de mear, al viejo que escribe una carta a los amigos muertos porque percibe el vuelo de los pájaros, a los migrantes que nos cuentan sus tristezas, a los niños que celebran una gesta. También los ritos iniciáticos forman parte del poema urbano: el día en que un joven confronta la propia rebeldía, o la burocracia escupe un no a una muchacha, y el día en que una hija entierra al padre y abraza la desgracia. La precisión de los relatos, rasgo común en esta antología, parece decirnos que solo la palabra justa nos permite estar aquí en la tierra.

Andrea Rocha