Habla el presidente de la República desde el Palacio de La Moneda. Informaciones confirmadas señalan que un sector de la marinería habría aislado Valparaíso y que la ciudad estaría ocupada, lo que significa un levantamiento contra el Gobierno, del Gobierno legítimamente constituido, del Gobierno que está amparado por la ley y la voluntad del ciudadano. 

Salvador Allende.

 

Salvador Allende, en estado de gracia, pronunció el Último discurso en directo por radio mientras se ejecutaba el golpe de Estado que derrocó su gobierno y en el que fue asesinado mientras defendía, como nadie nunca dijo mejor, “toda la parafernalia apolillada de un sistema de mierda que él se había propuesto aniquilar sin disparar un tiro”. Sus palabras al pueblo chileno —al pueblo sin más— son un acto de resistencia, el testimonio final de un hombre bueno y, como él lo habría querido, un gesto de dignidad que medio siglo después enarbolan por las alamedas los hombres y las mujeres libres de Latinoamérica.   

 
El golpe contra Allende alumbró una verdad dolorosa pero incontrovertible: no importa que la revolución socialista sea resultado de una guerra o de una elección democrática. Será de todos modos aplastada por el poder concentrado. En este mundo no hay lugar para la transformación. Y si lo hay queda muy lejos y se hace difícil alcanzarlo. Por momentos se parece al reino de los cielos: las jerarquías están establecidas, las incógnitas despejadas. Es un mundo de fe y no de acción. Es un mundo marchito, casi estéril. Chile me duele porque ahí fueron enterrados mis sueños antes de que yo naciera. 

 

Del prólogo, Andrea Rocha.

 

 

El metal tranquilo de mi voz - Último discurso - Salvador Allende

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Habla el presidente de la República desde el Palacio de La Moneda. Informaciones confirmadas señalan que un sector de la marinería habría aislado Valparaíso y que la ciudad estaría ocupada, lo que significa un levantamiento contra el Gobierno, del Gobierno legítimamente constituido, del Gobierno que está amparado por la ley y la voluntad del ciudadano. 

Salvador Allende.

 

Salvador Allende, en estado de gracia, pronunció el Último discurso en directo por radio mientras se ejecutaba el golpe de Estado que derrocó su gobierno y en el que fue asesinado mientras defendía, como nadie nunca dijo mejor, “toda la parafernalia apolillada de un sistema de mierda que él se había propuesto aniquilar sin disparar un tiro”. Sus palabras al pueblo chileno —al pueblo sin más— son un acto de resistencia, el testimonio final de un hombre bueno y, como él lo habría querido, un gesto de dignidad que medio siglo después enarbolan por las alamedas los hombres y las mujeres libres de Latinoamérica.   

 
El golpe contra Allende alumbró una verdad dolorosa pero incontrovertible: no importa que la revolución socialista sea resultado de una guerra o de una elección democrática. Será de todos modos aplastada por el poder concentrado. En este mundo no hay lugar para la transformación. Y si lo hay queda muy lejos y se hace difícil alcanzarlo. Por momentos se parece al reino de los cielos: las jerarquías están establecidas, las incógnitas despejadas. Es un mundo de fe y no de acción. Es un mundo marchito, casi estéril. Chile me duele porque ahí fueron enterrados mis sueños antes de que yo naciera. 

 

Del prólogo, Andrea Rocha.